abril 10, 2010
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Lorenzo Castore “paradiso”
Las fachadas decadentes de la habana ha atraido a muchos fotógrafos que han utilizado esta configuración para capturar historias de color. Un tipo de teatro, a menudo complentado con tintes de viejo cadillacs antes de la Revolución.
El color, en Cuba, es una tentación evidente, una seducción. Por tanto, es difícil superar el encanto que la fotografía puede captar en los matices de sus pruebas. De hecho, Cuba, el color es una trampa en la que las fuerzas del fotógrafo son atrapadas por su hermosura.Lorenzo Castore (Florencia 1973), seducido por La Habana, no ha sido capturado por esa trampa. Dado que el proyecto era captar un estado de ánimo, era acariciar el tiempo para escanear caras y sentimientos, los gestos y el cuerpo en el sentido de la desintegración de la ciudad frágil, no abordó el color en términos de su atractivo, pero ha sido objeto de sus comentarios.
El material que se manifiesta en el grano, la vibración, en lo que a veces podría ser visto como una clave de pintor y respirar en el marco de sentimientos contradictorios, puzzles, personajes con mirada perdida en las caricias de la luz o el color.La sensualidad, el calor, es este asunto en particular lo que color a su vez hace más sensible y físico. Así, podemos observar como las emociones naturales son capturadas con una atención extraordinaria, transmitiendo elegancia, y fragmentando personajes que pueblan Cuba librados de cualquier folclore o cualquier aspecto del turismo, refirendose al misterio absoluto de la fascinación con un ambiente único.
Texto escrito por Christian Caujolle